La presencia de nuevo en
la calle.
"Toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la
luz y solo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra
y la paz, el ascenso y la caída,
solo este ha vivido de verdad".
(Stefan
Zweig).
Recuperar
el sentido franco, honesto y simple de las relaciones humanas conlleva a
procurar que la tierra, el aire, el agua y el fuego vuelvan a ser los elementos
primordiales en los que se fundaba el arte de andar la tierra, saludar y abrazar
al prójimo y ser solidario con los semejantes. Voltear la mirada a la
invitación que hacía Heráclito por una filosofía para los despiertos, para los
que escuchan y para los que respetan el sentido relativo de la búsqueda de la
mismidad y la profundidad del alma humana es un llamado de atención a nuestra
marcada indiferencia hacia la verdad, paradójicamente en donde, por estos
tiempos que corren hoy en día, se imponen como criterios esenciales las
mundiales y globalizadas verdades del mercado y de la diversión, donde, por
cierto, la mitad de las cosas son falsas y la otra son mentiras.
La
calle, sin duda alguna, es fuente de respeto como medida de relación con los demás,
es por igual un lugar de relaciones saludables y no ensimismadas, es
decir, con distancia. Por el contrario, los grupos de Whatsapp o comunidades
digitales no escuchan ni respetan: viven atrapados en la obscenidad y en la
violencia en todas sus formas, son grupos sin distancia y sin respeto a lo
privado. Ahí no se escucha al logos, es
decir, a la razón.
En
la red no hay necesidad de desvelar el orden escondido en el aparente desorden
pues no se tiene conciencia de los opuestos o de la contradicción como base del
humano existir. Ahí ni se entiende el sentido de la vida ni se aceptan
explicaciones; para nada cabe ahí la filosofía. La lógica de la red no soporta
la interpretación o acción negativa del juicio, pues simplemente ahí no hay
vida alguna.
La vida, como la calle son apertura y comprensión -como decía Heráclito
en alguno de sus fragmentos- de que lo "vivo y muerto, despierto y dormido,
joven y viejo, son lo mismo. Pues uno se cambia en otro, y el otro en lo uno de
nuevo". Bien, podríamos decir, que todo vibra en lo uno y lo uno en todo, como
la vida en la calle y la calle en la vida.
Volver
a esa condición de existencia humana en donde, como bien manifiesta Arturo
Meza: Si te fijas -exclama él- en todas las cosas que hay en el planeta,
existen por la vibración. Estamos en un mundo orgánico, un plasma donde todo
vibra; desde la partícula más pequeña hasta el mineral y las ideas. Todo es
vibración. Entonces todos los seres somos musicales. Concibo -termina por
expresar Arturo Meza- al universo
esencialmente musical ... me atrevo a decir que la música sostiene al universo. Volver a esa condición de existencia humana en donde, como bien manifiesta Arturo Meza: Si te fijas -exclama él- en todas las cosas que hay en el planeta, existen por la vibración. Estamos en un mundo orgánico, un plasma donde todo vibra; desde la partícula más pequeña hasta el mineral y las ideas. Todo es vibración. Entonces todos los seres somos musicales. Concibo -termina por expresar Arturo Meza- al universo esencialmente musical ... me atrevo a decir que la música sostiene al universo.
El retorno al sentido
arcaico de las relaciones humanas de la comunicación y la convivencia franca,
honesta, simple, sencilla, fraterna y desinteresada, significa, individual y
colectivamente, como sostiene Byung-Chul Han, llevar a cabo una revolución temporal que haga que
comience un tiempo totalmente distinto, por supuesto, a estos tiempos de hoy
que han secuestrado al individuo en
plataformas y programas de simulación de convivencia en donde todo está
acelerado por una lógica del incremento del rendimiento y la eficacia; sociedad
del cansancio y del aburrimiento. Ilusión de que por vía de la totalización de
la producción se alcanza el éxito.
Quizás, retornando a la condición humana de nuestro arcaico y
rupestre ser, también volvamos a esos lugares comunes en donde reinaba el
tiempo del ocio, del rito, de la celebración, del carnaval, de la fiesta, como
ritmo de temporalidad bajo las que las comunidades reales crecían y daban lugar
relaciones humanas con sentido y con altos fines buenos, bellos y verdaderos,
sin importar que, a estos primordiales tiempos, hoy añorados, se les califique -sobre
todo en las redes sociales- de inútiles y rupestres ¿y que, si así es, al fin y
al cabo, la existencia humana siempre será arcaica y rupestre? ¡Como la calle
misma!
Cuando el pensamiento tenía acceso a lo completamente
distinto se debía eso a que en la calle se deambulaba y se hacía vida pública. Fue
bajo la condición nómada de la existencia donde nació la fundamental y
primigenia interrogación del por qué. Fue en el Ágora en donde las esenciales cuestiones humanas por la naturaleza,
el hombre y Dios se originaron. Fue en el pórtico
en donde los principios de la ataraxia e imperturbabilidad para una vida feliz,
natural y social, se advirtieron.
Fue en el Jardín
en dónde se criticaron y sistematizaron criterios para una vida verdadera,
buen ay bella desde el placer o hedone. Todos
estos lugares públicos, comunes, abiertos y democráticos eran los espacios
naturales de la reflexión filosófica. La filosofía estaba en las calles. La
calle como espacio de comunicación y convivencia franca, honesta y cívica de
los ciudadanos que exteriorizaban su opinión sin miedo a la equivocación y
mucho menos a la burla de los demás.
Entonces,
regresar a la calle es algo así como: volver a vibrar con la luz y con el
viento, (el rasgo arcaico de la realidad y el carácter rupestre de la
existencia, también,) algo así como liberar la filosofía de la red. Acto de
transgresión y acción revolucionario que nos arroje de la tormenta digital de
datos que ensordecen la totalidad de nuestros sentidos.
Reactivemos, por tanto,
las relaciones humanas de manera presencial. Restablezcamos la sonoridad y
fuerza de la palabra. Hagamos que el pensamiento filosófico salga al pueblo para
liberar a los ciudadanos de sus opiniones, tal como ya lo hizo Sócrates y un
tal Diógenes, que, a plena luz del día, y en la calle, buscaba al hombre. Retirémonos del "en vivo" en el que la
realidad ha sido puesta en línea y lugar de desaparición de la cercanía humana,
dado que precisamente ahí, en la red, en la hipercomunicación y sobreexsitación
"Todo queda igual de cerca que de lejos".
Ahí, todo es un callejón sin salida.
Salgamos
de ese lugar no-lugar o de ese espacio comprimido y sin calles en donde todo lo
diferente muere en el close up u
obscenidad de la imagen y por tanto realidad pixelada. Rescatemos la filosofía
de esos espacios digitales y hagámosla circular de nueva cuenta por las calles,
plazuelas, mercadillos, callejones y aún avenidas y veloces ejes viales de las
ciudades y de las metrópolis. Airar el
pensamiento otra vez es un acto de renovación de la existencia.
Si rehabilitamos la condición arcaica de la realidad y la
condición rupestre de nuestro ser, bien podríamos, romper el cerco de la industria cultural e impronta
tecnológica del modelo de negocios con la que ha sido cercada la realidad y se
ha desterrado el sentimiento y el pensamiento únicamente a las tareas, fuera de
toda crítica, de tener que estar inventando al otro, o peor aún, los individuos
habitar en el intercambio perpetuo de información día a día en plataformas y
dispositivos tecnológicos de digitalización de identidad simuladas y en tener
que inventar que todavía somos alguien.
Salir del reino de la fatalidad de esta existencia hifanizada
y simulada supone reivindicar, como expresa Eduardo Aute: el espejismo de querer ser uno mismo. Ese viaje hacia la nada que
consiste en la certeza de encontrar en tu mirada: la belleza. De lo
contrario, seguramente y cada vez más, continuaremos existiendo en estos
tiempos blandos, limados, ligeros, superfluos y banales, en donde la única
acción que le queda al individuo es tener que negarlo todo, tal y como lo
sentencia Joaquín Sabina, ¡ese que canta! Lo
niego todo, incluso la verdad.
Enlace para video:
https://youtu.be/ERp4MErKt1U
Bibliografía:
Baudrillard. Jean. Cultura y simulacro. Kairós. Barcelona
2008.
Baudrillard, Jean. La ilusión del fin. Anagrama. Barcelona
1997.
Byung-Chul, Han. La expulsión de los distinto. Herder,
Esp. 1027.