El mar como umbral entre la poesía y la filosofía.

(Alejandro Filio. Mar)
El mar representa ese lugar de encuentro y desencuentro entre dos maneras de asir, saber y conocer la realidad: la mirada
poética y la filosófica.
El mar o la mar como umbral entre el cielo y la tierra. De naturaleza totalmente ambigua, como su nombre mismo, se trata, según los diccionarios, de un sustantivo ambiguo, es decir, que admite tanto el género femenino como masculino. Ambivalente, cambiante, inestable. Heterogéneo y homogéneo a la vez, pues en el horizonte cercano y lejano da la impresión de ser uniforme, una y todas las cosas, es decir, de una misma pieza, parejo, quieto y en calma. Caprichoso, tranquilo pero violento.[1] Realidad amorfa o de múltiples e infinitas formar que se escurre por las manos y la por entera piel. Superficie viscosa y sólida en la que es posible flotar, deslizarse, peor más seguro hundirse. Entidad hermosa y cruel, pues se puede ahí perecer de sed. Puente entre las orillas de lo celeste y lo terrenal. Lugar de conjunción y disyunción, o sea, de unión y separación. Intervalo.
Entre el cielo y la tierra está el mar cómo intervalo que raja o parte por la mitad el mundo humano y lo modela desde su naturaleza contingente y azarosa en donde el devenir del sentimiento y del pensamiento quedan supeditados a los altibajos de las causalidades susceptibles de ser o no controlados, ambas posibilidades provocan estados de satisfacción pero también de frustración; estas últimas, en grado extremo, ponen en riesgo la capacidad de autocontrol, porque el intersticio coloca al hombre en los abismos del <entre>> o en las capas del <<en medio>>, es decir, del <<umbral>>, o alternancia de la vida y de la muerte. El intervalo o los umbrales, como escribe Byung-Chul-Han: son zonas de olvido, de perdida, de muerte, de miedo y de angustia, pero también de anhelo, de esperanza, de aventura, de promesa y de espera. El intervalo, en muchos sentidos, también es una fuente de sufrimiento y dolor. [2] Intermedio, intervalo, intersticio, umbral, todos ellos espacios infinitos de júbilo o de angustia, de explosión y de implosión de espacio y tiempo también de auténtico encuentro de uno con los otros y de uno mismo. Zona franca rajada por la apertura para todo, opción máxima para la mismidad siempre diferente. Lugar más natural del ser humano.
Efectivamente, en principio, la literatura y la filosofía parecen seguir caminos distintos, y así es, pero al final llegan o aspiran a la obtención de un mismo objetivo. Tradicionalmente se le ha asignado a la filosofía la tarea de llevar a cabo una explicación racional y total de las cosas, mientras que a la literatura se le toma como la expresión de una vivencia, íntima, personal, cuyos contenidos provienen del mundo de la sabiduría y finalmente como una manifestación estética de la relación entre el yo y el mundo. El mar es una buena metáfora para representar las aguas en las que se interna, bucea, navega el filósofo y también el poeta, cada uno con sus diferencias. Frente al mar cada uno procede desde aquella actitud que mejor le parece le puede dar un acceso a la naturaleza, sustancia o composición a la realidad. Frente al mar, el poeta y el filósofo exhiben o dejan ver su proceder, su andar, su caminar o correr. Si se toman las cosas con calma o con prisa. Si van de la mano con conceptos o con metáforas. Quizás toman rutas diferentes frente al mismo fenómeno que los coloca como opositores o contrarios e irreconciliables; quizás al final de la jornada regresen al mismo punto de partida. Pero también es cierto, uno quiere certezas y otro quiere placer, gozo deleite, pero ambos corren peligro al colocarse al borde del abismo.
Es normal expresar que hay un abismo entre literatura y filosofía como formas de conocimiento, puesto que el trabajo filosófico consiste en la construcción racional y armónica de la realidad, lo que obliga al filósofo a expresarse a través de la vía conceptual, es decir, estrictamente desde el dominio de la lógica, terreno en el cual toda proposición o hipótesis tienen manifiestamente el rigor y consistencia de identidad entre el concepto y el objeto. Se apunta, que el "decir" del filósofo procura desde la razón, desmistificar y desmitologizar la realidad natural y social, la develación y desentrañamiento de todo misterio, prejuicio, ídolo o concepto que se postule como único y eterno. El filósofo quiere la unidad total de la verdad, aunque con la conciencia de que la verdad en solamente provisional, no hay verdades absolutas.
Mientras que la literatura, -que, en su sentido más amplio, es el arte de la escritura expresiva, o si se prefiere de la expresión a través de la palabra escrita, particularmente la poesía, por ser una actividad que se elabora desde el empleo de las capacidades o dimensión subjetiva-erótica del hombre-, encanta, hechiza y mistifica el mundo. La literatura como la expresión esencialmente de una visión de la realidad, alcanzada desde la intuición y expresada en metáforas que dejan ver lo que el hombre siente, vive y goza en el mundo. Mará Zambrano dice que: el poema es ya la unidad no oculta, sino presente; la unidad realizada, diríamos encontrada. El poeta no ejerció violencia alguna sobre las heterogéneas apariencias y, sin violencia alguna, también logró la unidad, al igual que la multiplicidad primera, le fue donada, graciosamente. [3] Así como existe un marcado deslinde entre la filosofía y la literatura, por no decir entre la vía de expresión conceptual y la metafórica, también es posible señalar que hay un vínculo natural de coincidencia o de unidad entre ambas formas discursivas: aquello que se puede reconocer como presencia de lo divino, lo sagrado y lo absoluto. Lo que deja percibir que desde el origen la filosofía y la literatura han estado siempre en relación íntima pero polémica.
Interesa, por el momento no tanto polemizar las contradicciones entre literatura y filosofía sino más bien, la naturaleza del umbral o intervalo como punto de encuentro entre estas dos maneras de expresión humana. Así como el surfista, tabla mediante enfrenta el vaivén de las olas del agitado mar para bordear su cresta e intentar mantener el equilibrio en una realidad por naturaleza inestable el poeta y el filósofo pulen y enceran sus metáforas y conceptos para enfrentar las crestas y valles de la realidad. Más allá de las discrepancias de cómo tomar las olas de la realidad, ambos, poeta filósofo saben que lo que enfrentan es algo profundo, inmenso y misterioso. El surfista tiene un arsenal de esquíes o tablas de surf para salir y correr los riesgos y disfrutar de los placeres de ser uno con el mar; de igual manera el poeta y el filósofo tienen su tabla, que la palabra como metáfora y como concepto. Es cierto, son caminos distintos, sentimiento o poesía, pensamiento o filosofía, sin embargo, es una y la misma realidad. Como el mar es el mismo independientemente de la playa en la que se surfee. Aquí lo importante es el ánimo. A su modo el poeta y el filósofo surfean la profundidad de la realidad
La profundidad como rasgo ontológico del umbra o intervalo es un espacio de creación, el lugar donde el ser ha de fraguar su unidad perdida recuperándola mediante una acción híbrida de asombro y de extrañeza, de contemplación y de palabra, de quietud y de tensión, de razón y de poesía. Según esto, el sentido, entonces, se hace sinónimo de totalidad, reintegración de lo disperso del acontecer a una unidad, la cual siempre tendrá carácter de verdad por cuanto que cada unidad estructural es la única posible capaz de lograr la cohesión y la perfecta localización de sus propios elementos. Lo profundo, pues, es el lugar donde el juego de las apariencias obliga al hombre a realizar su acto de ser transformando los acontecimientos en experiencias para luego ser devueltos, ya palabra, a la superficie. Y esto tiene lugar mediante esa doble actitud del poeta y del filósofo, a medio camino entre la verdad (unidad) hallada sin previa pregunta del primero y la verdad (unidad) buscada del segundo. Toda palabra ejerce de por sí, en mayor o menor grado. Por eso, el umbral o el intervalo es un lugar o espacio de llegada y de partida o lugar de residencia. Quizás mucho más peligroso esto último. Habitar ahí donde es inhabitable.
El mar, como dice la canción, no solamente arrulla, sino que también inspira y motiva a surfear en las olas de la reflexión, mientras el eco del pensamiento teje sutil hamaca con la espuma del mar. El mar es enigma y misterio, tanto para la literatura como para la filosofía, independientemente de la forma en que el poeta o el filósofo la abordan. Como los surfistas, cada uno de ellos tiene su técnica, su método, su estilo, su ritual, etc., Cada surfista sabe a lo que, y en lo que se mete, guarda su distancia siempre frente al mar. Como la palabra poética y filosófica frente a la realidad. La palabra poética es la luz que no trata de explicar ni de apropiarse nada sino sólo de proponerse a la visión. Y, sin embargo, en su poner aclara, como si el poner fuese en sí un acto distintivo: poner es de alguna forma retraer algo del conjunto en el que se hallaba inmerso.
Toda palabra traduce una tensión del sujeto hacia la realidad a la que se refiere. También en la poesía existe, por tanto, la distancia. La palabra poética traduce la realidad como misterio y como apariencia. Por lo que, la palabra poética, así entendida como reflejo o apariencia correrá la suerte de ser cuestionada y desacreditada como forma impropia de expresar lo concreto y verdad de la realidad, por supuesto, desde el orden de lo conceptual o desde el mundo de las ideas. Platón expulso de su republica a los poetas por ser considerados como imitadores y falsificadores de la realidad y de la verdad. Platón, en algún momento también fue poeta y se dice que a la edad de 20 años quemo todas sus obras de este carácter. Tal vez no quiso ahogarse en las olas de realidades inciertas y oscuras de los misterios.
La palabra filosófica traduce la realidad como enigma. El enigma, es deudor de las profundidades. Donde se supone que hay profundidades ignotas se plantea el enigma, y el enigma debe solucionarse sacando a la superficie -a la luz- los elementos inconexos. La palabra, entonces, debe tomarse transparente. La filosofía, pensaba Ortega y Gasset, es vocación de transparencia, un gigantesco afán de superficie y claridad. La filosofía siempre ha sido un intento de desvelar, de dar a luz mediante la palabra.
Hay también cierto tipo de poesía, como la mística, que puede entenderse como deseo de inmersión, el poeta se hunde en la realidad con sus metáforas, por su parte, la filosofía es deseo de emergencia. El filósofo se pone por encima de las cosas mediante sus conceptos. Tanto la metáfora como el concepto son palabra. Toda palabra suspende el tiempo, dirá María Zambrano, porque introduce la discontinuidad; nada extraño entonces que la filosofía pretendiera dar a luz el mundo en una abstracción, fuera del tiempo. El ser quieto, apresable o inasible, es pretensión de la razón; el devenir, en cambio, esos parajes inseguros ante los cuales la razón retrocede. Es decir, entiéndase esto como que el poeta y el filósofo tejen sus redes para ir de pesca; nada más que el filósofo teje una red con las características del tipo de pez que quiere atrapar en su red, es como ponerle principios a la realidad, o anticiparse a la realidad o pretender que la realidad se comporte según principios claros y distintos, evidentes, universales y además a priori, es decir, al margen de la experiencia.
Por su parte, el poeta también teje y lanza su red, pero cada vez distinta y sin pretensión anticipada de un pescar un cierto tipo de pez. El poeta lanza su red al mar y goza, se deleita. Claro, puede morir como el surfista cuando es arrastrado por una ola no contemplada o siempre nueva. El poeta se siente seguro en la inseguridad e incerteza de su red y de la del mar propio. El poeta acepta que la realidad pueda ser y no-ser. El mar es la oscuridad que le hace ver claramente las cosas al poeta. Para el filósofo, por el contrario, desea pisar firme, aunque sea provisionalmente.
El filósofo se atemoriza ante una verdad que sea unión de los opuestos, que trascienda los límites de una lógica bivalente en cuyo marco se asienta no solamente el orden de las cosas, sino también el orden del poder: la sociedad, la familia, un mundo de valores permanentes. Según Zambrano: La poesía ha estado siempre abierta a las cosas, arrojada entre ellas, arrojada hasta la perdición, hasta el olvido de sí, del poeta. Más por este olvido de si, más próxima a estar abierta hacia ese último fondo o raíz de la existencia. [4]
Desde su origen, la filosofía occidental está ligada con el mar, pues nació en las costas de Jonia y Grecia, bañada con la sabiduría del conocimiento y subyugada por la danza de míticas sirenas. Sin embargo, cabe pensar que ni el dios del mar, Poseidón, hijo de Zeus y .... descargo toda su furia contra el astuto Odiseo cómo el embravecido mar los hace contra el atrevido y osado surfista. El que se arriesga a tomar la cresta de la ola para descender por su espalda ... que tal vez, lo mismo que para el navegante o el náufrago el mar es para el poeta y el filósofo la metáfora con la que se puede representar la realidad la aventura de formación de la existencia humana. Había que enfilar la proa hacia el ser y bucear en sus abisales profundidades para depositar en la playa el ansiado autoconocimiento.
María Zambrano en su apunte sobre "pensamiento y poesía" su libro Filosofía y poesía termina diciendo lo siguiente: El filósofo quiere lo uno, porque lo quiere todo, hemos dicho. Y el poeta no quiere propiamente todo, porque teme que en este todo no esté en efecto cada una de las cosas y sus matices; el poeta quiere una, cada una de las cosas sin restricción, sin abstracción ni renuncia alguna. Quiere un todo desde el cual se posea cada cosa, mas no entendiendo por cosa esa unidad hecha de sustracciones. La cosa del poeta no es jamás la cosa conceptual del pensamiento, sino la cosa complejísima y real, la cosa fantasmagórica y soñada, la inventada, la que hubo y la que no habrá jamás. Quiere la realidad, pero la realidad poética no es sólo la que hay, la que es; si no la que no es; abarca el ser y el no ser en admirable justicia caritativa, pues todo, todo tiene derecho a ser hasta lo que no ha podido ser jamás. [5]
La intersubjetividad como lazo con el mundo. La comprensión e interpretación como acontecimiento primero. La realidad como zona de batalla entre lo óntico y lo ontológico. La verdad como una cuestión de método y no de fundamento. Son la tabla de surfear en la que se paraban los modernos, mientras que los posmodernos quieren deslizarse como el más intrépido surfista: Un yo dislocado, un lenguaje plástico. Una realidad fragmentada. Una verdad perspectivista. Un tiempo sin espacio e intervalo. Un pensamiento débil. Son las grandes novedades de los posmodernos. Quizás sus tablas de surfear puedan romperse fácilmente.
Puedes ver el video respectivo. Te dejo el siguiente enlace:
Bibliografía.
Zambrano, María. Filosofía y poesía. FCE. Méx., 2021.
Zambrano, María. Hacia un saber sobre el alma. Losada. Buenos Aries, 2005.
Nicol, Eduardo. Ideas de vario linaje. UNAM. Méx., 1990.
Chul-Han, Byung. El aroma del tiempo. Herder
[1] Cfr. Zambrano, M. Filosofía y poesía. P. 47.
[2] Chul-Han, Byung. El aroma del tiempo, p. 59.
[3] María Zambrano. Filosofía y poesía. P. 23.
[4] Zambrano, María. Filosofía y poesía. P. 102.
[5] María Zambrano.