Sobre el hacer y el pensar

La condición epocal y planetaria del hacer y del pensar.
Todos convenimos, desde una apreciación general, que: el hombre posee un rasgo o carácter distintivo que lo vuelve singular o único respecto a los demás seres, lo que, desde luego, lo hace ser tal y como es planetariamente.
De la misma manera identificamos algunas etapas o fases de la evolución y desarrollo humano en el tiempo calificadas como épocas por algún hecho o evento profundamente significativo y capaz de expresar el sentido o espíritu propio de tal tiempo. ¿Cuál es el rasgo distintivo del ser humano? ¿Cuál es carácter central de una época? Evidentemente hay una relación sustancial entre el rasgo distintivo del hombre y el carácter central de una época. Entrelazada en el devenir epocal acontece planetariamente la realidad humana. El hombre posee conciencia de habitar la Tierra por el hacer y el pensar. El hacer y el pensar han sido los eternos acompañantes del hombre en su experiencia por el planeta, por lo que, entonces, la singularidad del hacer y del pensar efectuadas epocal y planetariamente constituyen los rasgos esenciales del hombre en el mundo.
De facto, con toda nitidez se advierte que de todos los seres vivos en el planeta sobresale el hombre por su modo dable de ser en el mundo o por su subjetividad, que es lo mismo. La subjetividad también puede ser entendida como un acto total de percepción, cuya estructura se configura desde la función de los sentidos por los cuales se captan estímulos e impresiones del exterior y que posteriormente son ordenadas y clasificadas en sensaciones auditivas, gustativas, olfativas, táctiles y visuales; el pensamiento, que es una función cognitiva, lógica, es decir, capacidad de representación o de conceptualización de la realidad; la expresión, función mediante la que se exterioriza a través de diversas formas de lenguaje lo sentido, lo pensado, lo vivido; y, el trabajo o producción, función de la subjetividad mediante la que se transforma de manera consciente la realidad. Estas cuatro funciones como partes de una misma unidad hacen del hombre el ser del hacer y del pensar para habitar el planeta o bien, planetariamente realizar la unidad del hacer y del pensar. Prolongados periodos de adaptación, de evolución, de transformación y de revolución de la estructura de la subjetividad humana han tenido lugar en el tiempo; mimética, industrial y tecnológica han sido las formas en las que el hacer y el pensar general humano se ha realizado epocalmente, ya sea en campos o ámbitos profesionales o bien a través de las practicas discursivas en que históricamente el hacer y el pensar humanos se han plasmado.
Ontológicamente, la estructura de la subjetividad no sólo abre una dimensión epistémica, moral, estética, sino también existencial, dado que constituyen la manera en que los conceptos ponen de manifiesto sus contenidos respecto a la forma común de ser y el modo individual de existencia del hombre en el planeta. De tal manera o de ahí, que el hombre realice actos de elección por esto o aquello, que permanentemente se encuentre en situación y ejercicio de la libertad; en un proceso de extrañamiento ante lo ajeno, pero también ante sí mismo, al cuestionar o interrogar por la mismidad, la finitud y el sentido de su ser en el mundo en las distintas épocas en las que el hacer y el pensar humano han concretado su huella o contenidos. Angustia, nausea, nihilismo, aperturas de la existencia con las que el hombre se topa al auto percibirse también son manifestaciones del hacer y del pensar. Florecimiento de la grandeza humana, pero también de temor, temblor e incerteza frente al todo y a la nada, a la vez, el hacer y el pensar humano, epocal y planetariamente se efectúan.
El hecho de que el hombre sea un ser planetario, desde luego, no se debe a ninguna quinta esencia, etérea o esotérica cualidad, sino simplemente, a la conciencia de habitar la Tierra por el hacer y el pensar. Cualidades o capacidades que, sobre todo al final e inicio de una nueva época, le permiten al hombre advertir el sinsentido, el vacío y la soledad en entornos de presagios omninosos, sin saber qué hacer. La condición planetaria del hombre también le permite vivir y tolerar la absurdidad de la existencia, y al mismo tiempo, vislumbrar y proyectar la magna conquista de sí mismo. Lo que está claro, desde siempre, es que el hombre desde su origen ha sido un ser planetario por el hacer y el pensar. Esto no es ningún universalismo metafísico o cualidad del algún súper hombre o del héroe existencialista quien estoicamente aceptan su condición de Sísifos. El hombre planetario, es el hombre simple que por su hacer y pensar mimético, industrial y tecnológico epocalmente ha habitado el planeta Tierra. Quizás en el futuro más próximo sea una realidad la búsqueda de otros planetas para proseguir efectuando el hacer y el pensar bajo nuevos signos epocales.
Más allá de lo complejo que resulta la estructura de la subjetividad humana y de las distintas teorías sobre su naturaleza, aquí la sintetizamos en el modo de ser del hacer y del pensar humano manifestado mediante tres vertientes epocales, a saber: mimética, industrial y tecnológica. Cada una de ellas acompañadas de sus correspondientes cosmologías y antropologías, lenguajes y prácticas comunicativas, conocimientos y sistemas cognitivos, artes y oficios que le han permitido al hombre reproducir entornos favorables para el bienestar, valores y conductas de relación social, etc., asimismo, cada vertiente epocal dotada de una impronta de racionalidad, totalidad y teleología o bien de aquellas peculiares prácticas del hacer y del pensar distintivas de una época de otra. Claro, no deja de ser curioso que la adquisición de una conciencia planetaria sea tardía, es decir, no en todas las épocas culturales o históricas el hombre se ha autopercibido como poseedor de conciencia planetaria, lo cual es una cuestión dialéctica propia de la naturaleza del hacer y del pensar humano que por lo pronto aquí no se resolverá.
Desde el sentido común, una época, al igual que una persona, bien pueden ser identificadas por la manera o modo de hacer las cosas; basta traer a la memoria lo que las personas mayores expresan cuando nos observan haciendo actividades o tareas, inmediatamente dicen ellas, en ocasiones hasta con tono de autoridad magistral, sino es que con regaños: "en mi época o tiempos las cosas se hacían bien, con corazón, con pasión, empeño, etc.", y cierran su lección, expresando, con mucha melancolía y en ocasiones bajo un tono bastante triste: "definitivamente mis tiempos fueron mejores" o simplemente: "era otro época". Se puede notar, entonces, la gran dificultad que presenta la localización o identificación del carácter, rasgo o cualidad esencial, central o estructural de una época.
En ocasiones se identifica a una época por un conflicto bélico, hambruna, pandemia o por el desarrollo y prosperidad económica, o en su caso, por alguna crisis de severas consecuencias. También, es común encontrar que a una época se le reconozca por el tipo de objetos que se fabrican, por ejemplo, muebles, aparatos domésticos y de uso personal e incluso hasta por la moda en el peinado, vestido y calzado. Sin duda, como se observa, localizar el alma o el latir de una época es algo complejo, más si tenemos en cuenta que en ocasiones en un mismo tiempo o en un solo lugar pueden coexistir varias épocas yuxtapuestas o sobrepuestas; lo nuevo continuamente se construye sobre lo viejo. La actualidad, más que en ninguna otra época, sería un claro ejemplo de esto último. Es la nuestra una época donde la yuxtaposición o el carácter híbrido o el afán, casi religioso, por lo hifanizado se coloca como base para toda acción humana, tanto teórica como práctica. En una época totalmente tecnológica, como la nuestra, da lo mismo el culto por lo arcaico y lo retro que por lo más desarrollado mediante tecnologías de realidad virtual.
En un plano más reflexivo y especulativo, suele, por lo general, una edad histórica ser comprendida desde una categoría central cuyo espectro alcanza a iluminar las zonas más significativas de las actividades humanas otorgándoles un horizonte de comprensión, un sentido explicativo y fundar arcos de significación para esas regiones de la existencia que van desde aquellas en las que tienen lugar un sinnúmero de comportamientos, hábitos, costumbres y tradiciones desde donde se generan los saberes prácticos para el sentido común y la opinión pública con la que los individuos se preocupan y ocupan cotidianamente en la resolución de sus problemas; zonas, de igual manera, en donde la aplicación de conocimientos de orden especializado y crecientemente tecnificados registran quehaceres que tienen que ver con la producción de bienes de consumo y de servicio trabajo, salud, educación, cultura, mercado, deporte, esparcimiento, etc., que toda sociedad demanda para su mejor desarrollo, así como la infraestructura institucional público o privada para tales tareas; una zona más, es aquella en donde los individuos se ocupan en la especulación, teorización, definición y críticas de las teorías filosóficas y concepciones de la ciencia, del arte, de la religión, etc. Zona, desde luego, que no escapa al haz de luz del rasgo distintivo o espíritu de la época, e incluso, área o lugar, en donde nace la especulación y formulación del modo de ser del hacer y del pensar.
En las culturas arcaicas, principalmente la de la antigüedad griega, a la época se le califica como lugar donde los astros errantes se detenían para anunciar eventos fundamentales para la historia humana. La estructura etimológica, según los diccionarios, de la palabra época se compone del prefijo "epi" que indica a aquello que se coloca por encima y de "ekhei" con el significado de "habitar". Del griego paso al latín como "epocha" y fue asumido como tal por el español. En la astronomía moderna, una época es el momento preciso en que se calculan las coordenadas celestes, que son cambiantes, para tener sistemas de referencia sobre el planeta Tierra.
Accede al video mediante el siguiente enlace:
Bibliografía.
Carrera Andrade, Jorge. Hombre planetario. Poesía. Edit. Casa de la cultura ecuatoriana. Quito, 1963.
Rodolfo Cortés del Moral. La filosofía y la racionalidad contemporánea. Universidad de Guanajuato, Méx. 2000)
José Ferrater
Mora. Diccionario de Filosofía. 3° Edición. 1951. I tomo de 1047 páginas.
Editorial Sudamericana. Buenos Aires.

El espíritu de la época.
Desde
la disciplina de la historia, una época es un periodo de tiempo de duración
variable, pero relativamente largo. Los historiadores suelen destacar e
interpretar un hecho o serie de acontecimientos como determinantes de un
periodo de tiempo, que marcan definitivamente una e incluso varias épocas. Los
historiadores del arte suelen comulgar con una obra, autor, corriente artística
y estilo para meditar e interpretar la tendencia del sentimiento y creación
estética de una época. Por su parte, los filósofos se concentran en captar
conceptualmente la estructura propia de una época y contemplan la posibilidad
de comprender la sustancia o espíritu interna de la totalidad epocal.
Ferrater Mora, en su diccionario de filosofía explica que existe una íntima relación entre lo que es "el espíritu del pueblo" y la de "espíritu de la época", expresión con la que se traduce la palabra alemana de Zeitgesist; asimismo, hacer saber Ferrarte Mora que se debe a Hegel las amplia difusión y extensión en casi todos los campos de dicho concepto, al grado de que los autores identificados con el "romanticismo" la adoptaron como aquello esencial o reprensentativo de un momento fundamental en el proceso de la historia. Escribe Ferrater Mora los siguiente: se habla de "espíritu de la época" de un modo más general para expresar lo que podría llamarse "el perfil" de una época. Tanto "espíritu" como época" son expresiones metafóricas, y suelen valer como tales. En efecto, continua Ferrarte Mora, tan pronto como se intenta precisar el "espíritu de la época" en cuanto "espíritu de una época", especificándolo en determinadas manifestaciones culturales, políticas, artísticas, religiosas, o en determinadas estructura sociales y económicas, la unidad del supuesto "espíritu" corre el peligro de disolverse.
Si se afirma que el espíritu de la época es el modo de ser o de actuar (o conjunto de modos de ser o de actuar) que expresa lo más esencial de un periodo histórico, no se hace sino repetir lo ya enunciado, pues "espíritu de" y "lo más esencial de" son expresiones intercambiables. El mismo José Ferrater Mora cita al Fausto, poema de Goethe, diciendo: lo que llamas el espíritu de los tiempos es, en el fondo, el espíritu de las gentes en quienes los tiempos se reflejan. Finalmente, el propio Ferrater Mora, concluye escribiendo que "algunos autores han tratado de relacionar la filosofía con el espíritu de la época ya sea al modo hegeliano, o bien tratando de ver qué relaciones hay entre los movimientos filosóficos dominantes y los caracteres de la época en la cual dichos movimientos se expresan" (José Ferrarter Mora. Diccionario de filosofía. P. 1013-1014. Edit. Alianza. Madrid 1979).
Así, entonces, como se observa, el rasgo o elemento central como instancia de identidad de una edad histórica de la humanidad es de naturaleza diversa, flexible, plástica, etc., pero a la vez, definitorio en tanto general y esencial. Desde luego, con alcances de totalidad: por su condición abstracta, racional y teleológica. Planteamientos, que a su vez dan lugar a las de teorías de la historia, a la especulación y formulación de concepciones del mundo (Nota sobre las concepciones del mundo de Dilthey) o a las filosofías de la historia. Por lo anterior, y aunque de manera inmediata se perciba un enfoque idealista a toda esta presentación, se puede asentar que el rasgo, nota o carácter general de una época es efectuar el modo de ser del hacer y del pensar general humano, y este rasgo no puede ser más que diferencial, es decir, diverso. De ahí que cada época pueda ser identificada por un modo particular del modo de ser del hacer y del pensar general humano.
Desde un enfoque idealista se puede advertir que cada época, como parte de un unitario proceso, forma e informa a la subsecuente, o bien, la anterior es fundamental para la posterior. Ya Aristóteles, cuando hacía referencia a los reinos en los que la totalidad de la naturaleza era dividida expresaba que el reino mineral estaba al servicio del reino vegetal, que a su vez estaba en función del reino animal y que el reino animal (del cual forma parte el hombre) está ordenado en miras a un orden superior de hacer y pensar el mundo: el ser racional. Lo que inevitablemente dibuja la idea de que la naturaleza, a decir, de Aristóteles (y muchos otros filósofos, poetas y religiosos) está animada por una impronta teleológica. Por lo que no resulta extraño las ideas defendidas por varios filósofos modernos de que la cultura o civilización ha de proseguir el plan de la naturaleza. También desde el punto de vista materialista, parafraseando a Marx, se puede sostener que los hombres no van más allá en sus modos de hacer y de pensar que lo que las condiciones materiales de la época les permiten, es decir, cada época tiene sus propias alcances y límites respecto a aquellos problemas que se plantea resolver, por lo que, bajo un enunciado general se puede postular que tres épocas son mediante las que se representa el conjunto de prácticas del hacer y del pensar humano epocal y planetariamente efectuadas: la mimética, la industrial y la tecnológica.
Accede al video a través del siguiente enlace.
Bibliografía.
Carrera Andrade, Jorge. Hombre planetario. Poesía. Edit. Casa de la cultura ecuatoriana. Quito, 1963.
Rodolfo Cortés del Moral. La filosofía y la racionalidad contemporánea. Universidad de Guanajuato, Méx. 2000)
José Ferrater Mora. Diccionario de Filosofía. 3° Edición. 1951. I tomo de 1047 páginas. Editorial Sudamericana. Buenos Aires.

Época mimética, industrial y tecnológica.
Época mimética.
Constituida tanto por un hacer como por un pensar altamente reproductivo y recreativo de los rasgos esenciales de un objeto, de una persona, de una acción o de un segmento de la naturaleza, por lo que el obrar humano, siguiendo a Aristóteles, desborda la franja de lo natural y salta hacia el campo de lo artificial. Obedece lo artificial a un proceder de hacer y de pensar bajo recetas tradicionales que pasan de generación en generación, experiencias largamente aprendidas por los pueblos e incluso mañas individualmente desarrolladas que sobre todo persiguen la realización del valor de utilidad y practicidad; saber totalmente empírico pero lleno de supersticiones, prácticas mágicas, representaciones mitológicas, visiones manticas, proféticas y eróticas que le dan la certeza al hombre de poseer dominio y control sobre lo imitado y a su vez, como el chamán, el mago y el vidente, concebirse uno con lo imitado, es decir, una cabal conciencia de compenetración o de identidad un obrar humano con la naturaleza.
Es preciso, -escribe Walter Benjamín en un artículo titulado "sobre la facultad mimética"-: tener en cuenta el hecho de que, en tiempos más antiguos, entre los procesos considerados imitables debían entrar también los celestes. En las danzas y en otras operaciones culturales se podía producir una imitación y utilizar una semejanza de esa índole. Y si el genio mimético crea verdaderamente una fuerza determinante en la vida de los antiguos, no es difícil imaginar que debía considerarse al recién nacido como dotado de la plena posesión de esta facultad y, en particular, en estado de perfecta adecuación a la configuración actual del cosmos. La apelación a la astrología puede proporcionar una primera indicación respecto a lo que es necesario entender como el concepto de semejanza inmaterial. Por supuesto, en una edad del hacer y del pensar mimética de la humanidad, es inconcebible postular que hay diferencias o disimilitudes entre la producción mimética y la producción natural. Hay analogía entre la representación y el original. Piensa Walter Benjamín que "La naturaleza produce semejanzas. Basta con pensar en el mimetismo animal. Pero la más alta capacidad de producir semejanzas es característica del hombre. El don de percibir semejanzas, que posee, no es más que el resto rudimentario de la obligación en un tiempo violento de asimilarse y de conducirse de conformidad con ello".
Claro, desde la edad más arcaica, pasando por la edad clásica griega hasta finales de la edad media e incluso hasta la primera etapa del renacimiento, se puede expresar que tiene lugar la época mimética de la humanidad. Importante es reconocer que la intencionalidad de este modo de hacer y de pensar es más bien de aprehensión y comprensión que de apropiación y de explicación de las cosas o de la naturaleza. O sea, no hay propósito explícito de control, dominio y administración instrumental de la naturaleza y de las personas. La acción mimética es próxima a la donación generadora de la naturaleza, es decir, el proceder reproductivo, como la define Aristóteles, esencialmente es una faena artística y de conciencia estética que evita actos de violencia y de crueldad. Es un proceder técnico, entendiendo a la técnica como aquel modo de hacer bien las cosas, que da lugar a saberes más que a epistemes o en definitiva a modos de sabiduría más que ciencias especializadas en alguna región de lo natural y de lo social. Se puede postular que el signo de la época de la reproducción mimética es la artesanía.
La acción mimética es próxima a la donación generadora de la naturaleza, es decir, el proceder reproductivo, como la define Aristóteles, esencialmente es una faena artística y de conciencia estética que evita actos de violencia y de crueldad. Es un proceder técnico, entendiendo a la técnica como aquel modo de hacer bien las cosas, que da lugar a saberes más que a epistemes o en definitiva a modos de sabiduría más que ciencias especializadas en alguna región de lo natural y de lo social. Se puede postular que el signo de la época de la reproducción mimética es la artesanía.
La fuerza, la dinámica y la potencia de los pistones de combustión interna y los motores se convirtieron en los caballos en la que la modernidad y el progreso cabalgaron. La época industrial tiene a la base una racionalidad alejada de cualquier representación o concepción mitológica, religiosa o de aquellos modos de pensar que no pueden ser concebidos bajo un lenguaje universal, claro y distinto. Hay, sería un rasgo distintivo del hacer y del pensar industrial, intencionalidad de un total plan instrumental y estratégico por el que la razón industrial o moderna procede para el logro de sus sueños y ambiciones. Cabalmente sería la primera época técnica, planetariamente, realizada y desde luego, la mercancía como corazón de esta época de reproducción industrial.
Época tecnológica.
Como tal, a diferencia de la mimética y la industrial, la tecnológica es una época en donde, cada vez más, las acciones del hacer y del pensar humano tienen lugar en ámbitos no físicos y lejos de las cualidades tradicionales, mágica o científicas, asignadas a la materia y al mundo por los modos tradicionales de la percepción humana, puesto que se trata de una construcción digital desarrollada por tecnologías de la comunicación e información asentada en el aire, en donde se puede navegar o surfear a cualquier hora y en tiempo real sobre las olas de datos que permanentemente fluyen por su estructura, como si fuera un nuevo continente. Ciertamente un nuevo ambiente o entorno donde las tecnologías asociadas al teléfono, la radio, la televisión, las redes telemáticas, el multimedia y el hipertexto sustentan el cambio en los medios de comunicación y tienen su máximo exponente en la red Internet como elemento principal del cambio, o quizás, las "marcas" como concentración de la producción tecnológica de la humanidad.
Algunas de las principales características de la estructura de la época tecnológica son: que está funciona mediante representaciones electrónicas en donde se atiende a datos de probabilidad de los objetos, situaciones y personas, desde los cuales se generan estados de cosas que a la larga construyen dispositivos de interacción humana. Es representacional, es decir, la edad época del hacer y del pensar tecnológico se refiere en primer término a estructuras sociales, patrones de comunicación y, en el fondo a nuevas relaciones sociales en espacios comprimidos o realidades digitales con existencia real en donde se puede navegar, surfear y desplazarse inmersivamente, a condición de convertir la presencia en un flujo de datos electrónicos.
Ingresa al link siguiente para el video.
Bibliografía.
Carrera Andrade, Jorge. Hombre planetario. Poesía. Edit. Casa de la cultura ecuatoriana. Quito, 1963.
Rodolfo Cortés del Moral. La filosofía y la racionalidad contemporánea. Universidad de Guanajuato, Méx. 2000)
José Ferrater Mora. Diccionario de Filosofía. 3° Edición. 1951. I tomo de 1047 páginas. Editorial Sudamericana. Buenos Aires.

Ámbitos del hacer y del pensar y las prácticas discursivas.
Independientemente
de si se actúa en la época mimética, industrial o tecnológica es casi seguro
que la relación entre el hacer y el pensar se mantengan unidas: decía
Aristóteles, que en el pensar del hombre no hay nada que no haya pasado antes a
través de sus sentidos. O el mismísimo Kant, cuando en la Crítica de la Razón pura dice algo así como que no existe duda de
que el conocimiento humano comienza con la experiencia, pero este no se agota
en ella. Como también es seguro que
existan campos o ámbitos en el que el hacer y el pensar habitualmente se
desplieguen en actividades, funciones y procedimientos a fin de lograr los
propósitos correspondientes. A grandes rasgos pueden ser localizados cuatro
grandes ámbitos profesionales para el hacer y el pensar, por cierto, enlazados
con todo el entramado al que dan lugar las prácticas discursivas, insistimos,
al margen de la especificidad de cada época.
Campo o ámbito de operación y ejecución; terreno donde se desempeña el hombre calificado como obrero u operario. La característica sobresaliente de este campo es que para desempeñarse adecuadamente se requiere o se exigen capacidades y habilidades para las destrezas manuales, movimiento de dedos, de muñeca, de brazo, pues es aquí donde tienen lugar una serie de tareas de construcción, de fabricación, de modelado, de estirado de troquelado, tareas que se realizan en talleres y fábricas. Se manipulan materiales que van desde la madera, vidrio, plástico, metales, pétreos, textiles, etc. Se cree que en muchos de los casos las funciones aquí se cumplen de un modo empírico pues muchas de las habilidades son desarrolladas en la práctica misma, que no se requiere por ello una preparación en un centro de formación profesional o académico. Cabe advertir, que esto es en términos generales, pues ahora sin duda que toda tarea, aún este campo exige una calificación profesional o bien una especialización y sobre todo un título que certifique dichas habilidades y capacidades.
Campo enseñanza y comunicación. Ámbito donde son colocadas las tareas y acciones emprendidas por los maestros. Ejercitados en la enseñanza de una cultura universal y en la transmisión de unos conocimientos básicos descubren o despiertan aptitudes y habilidades en las personas a fin de orientarlas de la mejor manera posible; que para llevar dichas tareas les es preciso tener una excelente expresión, manejo de un léxico amplio y culto, así como el dominio de una cultura universal. Quienes se desarrollan en este ámbito de enseñanza y comunicación se localizan en colegios o escuelas y en centros de capacitación donde transmiten valores y conocimientos con actitud ética y ejemplos de vida. Poseen habilidades para motivar y mantener despierto el interés en un grupo por asuntos trascendentales para la vida social y profesional, paciencia para hacer perdurar las buenas relaciones de convivencia en el núcleo del grupo o comunidad.
Campo o ámbito de coordinación y mando, aquí se encuentra presente el técnico y el ingeniero efectuando funciones de supervisión y de control tanto de recursos materiales como humanos, ellos realizan tareas que van desde la selección de personal hasta la vigilancia e inspección de la calidad de los productos hasta ejercer una autoridad sobre sus cuadros más inmediatos, son ellos con frecuencia personal de confianza, puesto que ocupan un lugar intermedio entre el personal de base u operarios y los altos puestos de directores. El técnico y al ingeniero se hacen presentes en las fábricas, oficinas, empresas, direcciones de agencias culturales, etc. Este campo de actividad exige un alto nivel de capacidad de análisis y de observación, habilidad para administrar y controlar grandes flujos de productos, de enseres, de recursos y de bienes. También se necesita indispensablemente una alta capacidad de decisión. Sé está en un ámbito de la razón analítica, por lo que generalmente el técnico es un especialista en algo y resulta ser siempre un excelente administrador.
Campo o ámbito de creación e invención. Donde se sitúa el papel desempeñado por el científico, el intelectual y el artista. Las habilidades que se apuntan para formar parte de este campo van desde el espíritu de curiosidad por reflexionar y meditar problemas que tiendan a formular explicaciones lógicas para innovar el conocimiento; se necesita entonces capacidad intuitiva y habilidad para la investigación, puesto que se pertenece al terreno de la razón abstracta y general. Se desarrolla evidentemente un trabajo teórico y hasta especulativo. Quienes tienen preferencia por las actividades de la creación y de la invención son personas que se encuentran regularmente trabajando en centros e institutos de investigación, en universidades, en la iniciativa privada, en organismos internacionales. Las tareas que se desarrollan son desde luego la innovación del conocimiento y el establecimiento de procesos y de modelos cognoscitivos, planteamientos y búsqueda de respuestas universales.
Indudablemente, cada campo es muy amplio y cada conjunto de actividades son diversas y plurales, asimismo, para cada uno de éstos campo se emplean distintas habilidades, capacidades o competencias, al igual que conocimientos, más todos las actitudes y conductas que los individuos generan desde su subjetividad a fin de desempeñarse óptimamente, lo que, por supuesto, también da lugar a la generación de relaciones sociales: convivencia y comunicación. Convendría dejar expresado que estos campos del hacer y del pensar humanos en cierto modo quedan condicionados por el tipo de instrumentos y artefactos que epocalmente han tenido lugar. Así, en una etapa mimética está claro que el proceder del hacer del pensar efectivamente es artesanal; en un orden del mundo donde las cosas se hacen bajo auspicios del método científico es de suponer que entonces que tanto el hacer como el pensar se ejecutan industrial y científicamente; y, en nuestra época contemporánea toda actividad o acción requieren de tecnologías de la información y de la comunicación, cabe, entonces, decir que hoy se hacen las cosas bajo el modo de ser del hacer y pensar tecnológicos.
Quizás este cuadro de los campos de actividad humana que aquí presentamos, puede ser comparado o paralelo al modo en que el que Rodolfo Cortés del Moral, en el "excurso" de la introducción de en su libro La filosofía y la racionalidad contemporánea editado por la Universidad de Guanajuato en el año 2000. Ahí Cortes del Moral en el inciso de definiciones se refiere a lo que el nombra como practicas discursivas, de la siguiente manera, escribe el autor: "Por prácticas discursivas entendemos las unidades básicas que integran la extensión o contenido dinámico de las formaciones racionales. Ante todo, no se trata de unidades simples y homogéneas gobernadas por alguna legalidad lógica, lingüística o epistemológica universal, sino de unidades concretas, objetivas y subjetivas al mismo tiempo (a tenor del principio fenomenológico según el cual no hay subjetividad que no remita a otra subjetividad y viceversa).
Con remembranza marxista y foucaultiana a la vez, en principio, los conjuntos de obras, actividades y comportamientos de que consta en cada caso la realidad social constituyen conjuntos de prácticas discursivas, las cuales por tanto acusan los mismos grados de heterogeneidad, concurrencia y alteridad que se aprecian de inmediato en aquellos". Más adelante, Rodolfo Cortés hace saber que las prácticas discursivas se estructuran mediante tres niveles o planos de comportamiento inteligible, donde, comenta él: "en cada uno de los cuales las prácticas discursivas compiten e interactúan en función de cierto género de fines, condiciones y criterios de legitimación". Tales niveles de composición, a decir, del autor, son:
Las elaboraciones teóricas. Es el plano en que las prácticas discursivas se halla abocadas a la generación de saberes sistemáticos y a su evaluación crítica o reflexiva. A él pertenecen los discursos filosóficos, según la más vasta acepción que estos términos llegaron a cobrar en el curso de la modernidad. Los lineamientos lógicos y metodológicos, así como la organización disciplinaria de dichos discursos integra una episteme, cuyo funcionamiento global no necesariamente es explicado o tematizado en todos los casos.
Las prácticas especializadas o corrientes de opinión. En este plano, las prácticas discursivas se traducen en la constelación indeterminada de actividades específicas o especificables de que consta en cada caso la producción y reproducción de la realidad social. Por lo tanto, abarca desde los discursos técnicos, económicos y administrativos hasta lo políticos, morales, artísticos y religiosos. La socialización de estos discursos proporciona la base y la materia de la opinión pública.
La cotidianidad. Es el plano donde las prácticas discursivas conforman el comportamiento regular de los individuos y las colectividades, al interior del cual se traducen en grupos variables de hábitos, certezas, convicciones, intereses y tradiciones que corresponden aproximadamente a las distintas formas de vida prevalecientes en cada horizonte histórico-social. Las certezas, convicciones y rutinas más generalizadas constituyen el sedimento del sentido común. (véase Rodolfo Cortés del Moral. La filosofía y la racionalidad contemporánea, pp37-39. Universidad de Guanajuato, Méx. 2000)
El paralelismo entre los ámbitos o campos profesionales del hacer y del pensar y el de las prácticas discursivas supondría la sospecha de que en cada uno de los modos epocales del hacer y pensar de la humanidad lo que anima, en menor o en mayor grado, su estructura, fines, proceso, métodos, estrategias y relatos legitimadores es lo que, fundamentalmente en la modernidad, se erigió como: razón instrumental. La sospecha es que la realización del hacer y del pensar realizados planetariamente en sentido estricto solo fue posible hasta que se formuló, reglamento y justifico la racionalidad que propicio el abandono de hacer y pensar miméticamente el mundo y el paso hacia el cambio de naturaleza en historia mediante la aplicación de una racionalidad en donde lo que importa es la operación, o como lo formula Max Horkheimer: "la razón se ha convertido en instrumento. [...] Su valor operativo, el papel que desempeña en el dominio sobre los hombres y la naturaleza, ha sido convertido en criterio exclusivo. [...] Las nociones se han convertido en medios racionalizados, que no ofrecen resistencia, que ahorran trabajo. Es como si el pensar se hubiese reducido al nivel de los procesos industriales sometiéndose a un plan exacto; dicho brevemente, como si se hubiese convertido en un componente fijo de la producción".
La razón instrumental, con todas sus contradicciones, dialéctica y consecuencias, de cuya naturaleza, estructura, función y papel presentaremos en otra de nuestras capsulas del Oráculo del pensamiento y la expresión.
Puedes ver el video mediante el siguiente enlace:
Bibliografía.
Carrera Andrade, Jorge. Hombre planetario. Poesía. Edit. Casa de la cultura ecuatoriana. Quito, 1963.
Rodolfo Cortés del Moral. La filosofía y la racionalidad contemporánea, pp37-39. Universidad de Guanajuato, Méx. 2000)
José Ferrater Mora. Diccionario de Filosofía. 3° Edición. 1951. I tomo de 1047 páginas. Editorial Sudamericana. Buenos Aires.